Riga. Latvija. Un domingo de verano cualquiera por la tarde. Me siento en una plaza del centro de la ciudad para cenar algo cansado después de todo el día pateando por la ciudad. Una batería y un equipo de sonido montado en un escenario a escasos metros de mí. Parece que va a haber un concierto. Bien. Suben dos saxos, un bajo, una guitarra y un trombón. Casi sin aviso previo, y a buen ritmo desde la primera nota, empieza a sonar ritmo de ska. En ruso.
Son las 8 de la tarde y se empieza a formar un grupito de gente entre mi mesa y el escenario. Mezclados en el grupo hay todo tipo de gente bailando, desde unos bailarines profesionales de salón, una mujer enana, un obeso de barriga gelatinosa amenazante, una “princesa” con corona de flores en la cabeza, turistas de todo tipo, chicas jóvenes con trajes ajustados, un par de hippies descalzos, críos corriendo entre la gente, a una mujer con chándal rosa y bolsas de IKEA llenas de trastos viejos bailando y hablando sola, …
La verdad es que la corta visita a Riga me ha dejado mucho más impresionado de lo que me esperaba. La ciudad me recibió con los brazos abiertos desde el primer momento. Es una de esas ciudades en la que te encuentras a gusto nada más llegar, aun cuando no sabes bien bien el porqué.
El primer día lo dedico al centro y al barrio Art Nouveau de la ciudad. Me resultan curiosas, entre otras cosas, una estatua de Roldan, el de la “Chanson de Roland” muerto en una escaramuza en Roncesvalles por los vascos en el S. VIII a la retaguardia del ejército de Carlomagno y otra escultura de los músicos de Bremen. La primera se puede entender fácilmente por la imagen que se vendió de Roland en todo el norte de Europa como héroe cristiano matador de sarracenos y paganos, pero a la segunda aún no le encuentro sentido.
Al segundo día decido hacer una salida a la Letonia rural. Me meto en un autobús y al cabo de 2 horas de trayecto por un paisaje plano inundado de bosques llego a Cēsis. La mujer que se sentaba a mi lado, después de un rato conversando, me da un par de consejos sobre el pueblo y al llegar me presenta a un grupo de amigos que me reciben encantados. Me siento con ellos como si hubiéramos pasado la infancia en este lugar.
Son las fiestas del pueblo y hay mucha animación. Me llevan de paseo, hay mercado, conciertos infantiles, exhibición de artistas nacionales, tiro con arco, disfraces medievales, desfile de coches de época y mucha gente por las calles. Me siento muy acogido. Me invitan a todo, incluso a comer, me enseñan los mejores lugares de la ciudad. La gente se está preparando para la gran fiesta de esta noche, compran las botellas de vino de rigor y seguimos con la visita turística.
Sólo dos personas del grupo hablan inglés, el resto en letón pero todos quieren darme sus opiniones sobre cada esquina que pasamos. Al final del día tengo que coger el último autobús para volver a la capital y no encuentro palabras para agradecerles toda la atención recibida.
Viaje redondo y, para acabar, de vuelta a Bergen a 15 grados y lloviendo. :-)
Molt bé, David, celebro veure't per terres tan llunyanes.
ResponderEliminarSalut
Francesc Cornadó
Quin viatget més guapo...dóna ganes d'anar cap allí. Eva
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